lunes, 31 de julio de 2017

Domingos por la noche: la fascinante y triste contradicción de nuestra televisión


Por Gabriela Fabbro.

A raíz de una entrevista por el estreno de su película Ginger e Fred, el gran director de cine italiano Federico Fellini expresó en 1986: “La televisión es maravillosa, en un bloque de un magazine  te enseñan a hacer un flan con doce huevos y en el bloque siguiente te enseñan ejercicios para bajar los 4 kilos que engordaste comiendo ese flan de doce huevos…”.  Así es la televisión, variedad, diversidad, contradicción, paradoja constante.
La noche de los domingos comenzó en el mes de julio con dos viejos competidores: "Susana Giménez" y "Periodismo para todos". Cada uno prometía platos fuertes, y el rating era lo más disputado.
Desfilaron Luisiana Lopilato y familia en uno, informes sobre corrupción en otro…. A su vez, el humor de la mano de Antonio Gasalla y Los Midachi en el primero, y los columnistas y periodistas en un debate serio final en el otro.
Parecía que esa iba a ser la fórmula, sin embargo, pasados los domingos del mes, la apuesta creció, y ambos programas compitieron entre sí y… con otros. Se sumaron "La cornisa" y "Debo decir" por América. Y desde el domingo 30, en TN, "Los Leuco". Todo a la vez y nada a la vez al mismo tiempo.
Juguetes sexuales explicados a la diva de los teléfonos por parte de Los Midachi y una exposición de cuadros del gran maestro Emilio Pettoruti en "PPT", Maradona balbuceando declaraciones desde el exterior, un ministro llorando por la superada enfermedad de su hija por América, y denuncias contra la ex presidente en La Cornisa.
El informe sobre "El Polaquito" monopolizó el siguiente domingo frente a un Cristian Castro que, desde el peor mal gusto, olía ropa interior que sus fans le tiraron desde la tribuna. La empleada pública generando polémicas, y en el último domingo: Luciana Salazar y Romeo Santos confesándose con Susana mientras que quince muertos en Venezuela, luego de la asamblea general, parecían mostrarse por El trece con el mismo nivel de atracción.
Ya en la película citada, Fellini nos ofrecía una mirada filosa, crítica y tierna a la vez, sobre los programas llamados ómnibus (de larga duración) de la televisión abierta italiana. Allí se juntaban artistas, payasos, enanos, y una pareja de imitadores (maravillosos Marcello Mastroianni y Giulietta Masina) de los originales Fred Astaire y Ginger Rogers que circulaban por un programa eterno de la mano del conductor de blancos dientes sonriente que invitaba al aplauso continuo. La televisión abierta de nuestros días no está tan lejos de ese espectáculo fellinesco.
Conductores con dientes muy blancos, imitadores por doquier, bebés en carreras de obstáculos, el matrimonio de comentador deportivo que ventila sus audios prueba de un engaño; todo es digno de mostrarse con tal de conseguir un punto más de rating. Lamentablemente nuestros productores se abusan del lugar común, de la espectacularización como modo de atraer al público violando los límites entre lo privado y lo público, y todo parece ser digno de verse. Un tema supera al otro domingo a domingo. Vale el instante y la TV se vuelve efímera.
Algunos espectadores colaboran con estos contenidos viéndolos, otros migran a plataformas por Internet. Es una pena que la pantalla local pierda audiencia día a día por la baja calidad de sus productos, especialmente en un domingo, día en que el descanso, la reunión familiar, el tiempo de reposo o para compartir con amigos ofrecerían un terreno fértil para promover buenas historias. Transmitir valores positivos y buenos contenidos debería ser el desafío de los responsables de los programas. El público apoya y valora lo que tiene calidad, sólo falta que los gestores de contenidos televisivos se animen a dar el paso. Ojalá podamos superar en breve lo que Ginger e Fred nos contó hace ya casi treinta años.



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